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Hoy en un día muy especial en muchas casas, ¿quién no tiene en casa un padre, un abuelo o un José en ella?

Desde aquí quiero felicitar a todos ellos y tener un recuerdo muy especial para mi padre, que hace mucho tiempo faltó de mi vida y al que echo de menos todos y cada uno de los días de mi vida. Y para ello voy a compartir con vosotros una carta que le escribí el día que lo trasladamos a su morada definitiva.

Papa, allí donde estés, que seguro que será junto a nosotros, ¡feliz día del padre!

Te quiero muchísimo, hoy y siempre, por muchos años que pasen y ya van 19…

Cada vez que el aire de poniente,
en la tórrida tarde de verano,
me devuelva el aroma dulzón de la cebada,
tú estarás conmigo.

Cada vez que un impaciente padre,
espere nervioso
la llegada del tren a la estación,
tú estarás conmigo.

Cada vez que la Puerta de Toledo
se erija ante mis ojos,
y me recuerde tu eterna canción,
tú estarás conmigo.

Cada vez que el tardío veranillo de San Miguel,
haga madurar los racimos,
tú estarás conmigo.

Cada vez que mis pasos me conduzcan de nuevo
al paseo de la Universidad,
tú estarás conmigo.

Cada vez que el adulador Morfeo,
venga a arroparme de madrugada,
devolviéndome tu cara, tu sonrisa,
tu mirada, tu presencia,
tú estarás conmigo.

Cada vez que la aurora de blancos dedos,
ponga en pie a los gallos,
tú estarás conmigo.

Cada vez que la dulce voz de mi madre,
me relate vuestra historia,
tú estarás conmigo.

Cada vez que la llegada de mi hermano,
traiga el aroma a tierra recién abierta,
tú estarás conmigo.

Cada vez que la clara mirada de mi hermana,
refleje tus verdes ojos,
tú estarás conmigo.

Cada vez que tus amigos,
rodeen mi hombro con su brazo,
y sienta su palmada en mi espalda,
tú estarás conmigo.
 
Cada vez que Elena y Carlos me sonrían,
Cada vez que me alaben,
Cada vez que coseche éxitos,
Cada vez que me mire…

Mientras mi corazón siga latiendo día a día,
mientras me quede un solo aliento en el pecho,
tú estarás conmigo.
Y después…, después yo ya estaré contigo.

Abengibre, 30 de octubre de 2004

Con motivo de mi entrevista en Radio Castilla-La Mancha sobre la leyenda de la Piedra Encantá, recordé que Cristina Torres había dicho que esta leyenda contada por la Pepa de la Adriana era una gozada. Así que, ni corta ni perezosa, llamé a su casa para que me la recitara. Desgraciadamente, Pepa está muy mayor y casi no oye, aunque tuve buenos aliados: su hijo Juanjo la buscó entre sus múltiples poesías y mi hermano Jose la fotografió y me la envió por Whatsapp (benditas tecnologías, ya no sabría vivir sin ellas… Y qué sería de mi web si no pudieran mandarme las cosas…)

Es una preciosa poesía que tiene como base la leyenda de la Piedra Encantá, en la que Pepa nos relata un sueño a partir de las advertencias de su madre sobre lo peligroso que era acercarse a la piedra. A partir de ahí, Pepa se adentra en un país encantado lleno de maravillas que se esconde dentro de la piedra, acompañada por enanitos y hadas…

Por favor, leedla con detenimiento porque es una verdadera joya.

A LA PIEDRA ENCANTÁ

Hace ya bastantes años,
recuerdo de que era niña,
que siempre estaba corriendo,
jugando con mis amigas.

Mi santa madre decía
«No te vayas al Picayo,
que sale la señorita
que tiene el pelo dorado,
y se te puede llevar
por la piedra del encanto».

¡Y qué cosa nos contaban!
Con un peine de oro
peina sus cabellos largos,
lleva trajes de tules
y va con los pies descalzos.

¿Es muy guapa?, preguntábamos.
«Sí, es muy guapa.
Pero si te coge de la mano
te entra por el agujero
de la piedra del encanto».

«Antes que se haga la noche,
vente corriendo a casa
que esa es la hora que sale
con su melena dorada».

Cuando me acostaba,
casi siempre soñaba
que la veía venir
con su túnica azulada,
y que a la puesta del sol
los rayos se reflejaban
en unos bellos cabellos
que como el oro brillaban.

Me cogía de la mano,
pasábamos por aquella
puerta secreta
de la piedra del encanto,
y yo jugando con ella,
entre contenta y miedosa,
por un país encantado
que, lleno de maravillas,
yo, en mi sueño, había forjado.

Vi a los enanitos,
y a la dulce Blancanieves.
Jugué con hadas madrinas
que hacen bonitos regalos,
cuidan de los niños buenos
si los ven desamparados.

Cuando más contenta estaba,
con todos iba jugando,
mi sueño se desvanecía
y me iba despertando.
Mi padre que me llamaba
para que estudiara un rato.

Pero una cosa sí que es cierta:
nuestra piedra del encanto,
que está siempre en Abengibre,
en mi pueblo soberano,
como un águila
posa en el pico más alto.

Ella está en nuestro Picayo,
para contarle a los niños
el secreto de la señorita
que tiene el pelo dorado
y que se lleva a los niños
por la piedra del encanto.

JOSEFA MASÍA PÉREZ