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Érase una vez un pastorcillo muy joven, casi un niño, que se ganaba la vida yendo de aquí para allá con un gran rebaño de ovejas. Muchas veces, el pastor era tan pobre que tenía que alejarse mucho para dar de comer a los animales, atravesando cañadas y caminos.

Así, el pastorcillo se veía obligado a pasar muchas noches al raso, sin más cobijo que una manta que llevaba en su burrilla, y para no sentirse tan sólo hablaba con la luna hasta que se dormía.

Se creía muy valiente por dormir siempre solo fuera de su casa y noche tras noche, subido en una roca, desafiaba a la luna: «Luna ¿por qué no bajas?», «¡Luna, a que no te atreves a bajar!», «¿Es que no me oyes?»… y así una noche y otra y otra hasta que una de las veces… la luna bajó y… ¡Aummm! ¡Se lo comió con roca y todo!

Desde entonces, podemos ver al pastorcillo en las sombras de la luna, subido en una roca, con los brazos en alto…

Desde que era muy pequeña me ha gustado mirar a la luna, siempre me ha parecido que por muchas veces que la mires, nunca es igual y siempre te deslumbra. Ahora siempre me acuerdo de mi padre, a quien voy a echar de menos siempre…

Con motivo de mi entrevista en Radio Castilla-La Mancha sobre la leyenda de la Piedra Encantá, recordé que Cristina Torres había dicho que esta leyenda contada por la Pepa de la Adriana era una gozada. Así que, ni corta ni perezosa, llamé a su casa para que me la recitara. Desgraciadamente, Pepa está muy mayor y casi no oye, aunque tuve buenos aliados: su hijo Juanjo la buscó entre sus múltiples poesías y mi hermano Jose la fotografió y me la envió por Whatsapp (benditas tecnologías, ya no sabría vivir sin ellas… Y qué sería de mi web si no pudieran mandarme las cosas…)

Es una preciosa poesía que tiene como base la leyenda de la Piedra Encantá, en la que Pepa nos relata un sueño a partir de las advertencias de su madre sobre lo peligroso que era acercarse a la piedra. A partir de ahí, Pepa se adentra en un país encantado lleno de maravillas que se esconde dentro de la piedra, acompañada por enanitos y hadas…

Por favor, leedla con detenimiento porque es una verdadera joya.

A LA PIEDRA ENCANTÁ

Hace ya bastantes años,
recuerdo de que era niña,
que siempre estaba corriendo,
jugando con mis amigas.

Mi santa madre decía
«No te vayas al Picayo,
que sale la señorita
que tiene el pelo dorado,
y se te puede llevar
por la piedra del encanto».

¡Y qué cosa nos contaban!
Con un peine de oro
peina sus cabellos largos,
lleva trajes de tules
y va con los pies descalzos.

¿Es muy guapa?, preguntábamos.
«Sí, es muy guapa.
Pero si te coge de la mano
te entra por el agujero
de la piedra del encanto».

«Antes que se haga la noche,
vente corriendo a casa
que esa es la hora que sale
con su melena dorada».

Cuando me acostaba,
casi siempre soñaba
que la veía venir
con su túnica azulada,
y que a la puesta del sol
los rayos se reflejaban
en unos bellos cabellos
que como el oro brillaban.

Me cogía de la mano,
pasábamos por aquella
puerta secreta
de la piedra del encanto,
y yo jugando con ella,
entre contenta y miedosa,
por un país encantado
que, lleno de maravillas,
yo, en mi sueño, había forjado.

Vi a los enanitos,
y a la dulce Blancanieves.
Jugué con hadas madrinas
que hacen bonitos regalos,
cuidan de los niños buenos
si los ven desamparados.

Cuando más contenta estaba,
con todos iba jugando,
mi sueño se desvanecía
y me iba despertando.
Mi padre que me llamaba
para que estudiara un rato.

Pero una cosa sí que es cierta:
nuestra piedra del encanto,
que está siempre en Abengibre,
en mi pueblo soberano,
como un águila
posa en el pico más alto.

Ella está en nuestro Picayo,
para contarle a los niños
el secreto de la señorita
que tiene el pelo dorado
y que se lleva a los niños
por la piedra del encanto.

JOSEFA MASÍA PÉREZ