Cuento del fraile del cementerio

Fraile

Disfruta de este cuento sobre el terrorífico encuentro de un abengibreño con un fraile. Yo no he podido olvidarlo desde que me lo contó mi padre cuando era niña…

Cerca del día de todos los Santos, que generalmente coincide con el «Día del Manto», Andrés volvía del zafranar de recoger dos cestos de rosa. Este año la cosecha no estaba siendo demasiado buena, además, tenía que haber traído un chambergo. Menudo airazo se estaba levantando…

Al girar una de las revueltas del Camino de la Calerilla, vio aparecer a un fraile con su larga y áspera saya de paño marrón, el cordón bien anudado a la cintura y la gran capucha cubriéndole casi toda la cara, de la que sólo se le llegaba a distinguir la boca y una tupida barba.

Cuando el fraile llegó a la altura de Andrés, le preguntó que dónde estaba el cementerio del pueblo. Tal vez por lo inesperada de la visión, por la pregunta o por esa voz tan extraña, un escalofrío recorrió su espalda de antes de contestar: «Pues está ahí mismo, son esas tapias blancas que se ven ahí» -señaló Andrés.

Sin mediar más palabras, ambos siguieron sus caminos. Pero Andrés no dejaba de pensar en lo extraño que era ver a un fraile por el pueblo, solo y a esas horas de la mañana… ¿A qué iría al cementerio? ¿Conocería a alguien allí? Mientras se hacía estas preguntas giró la cabeza para mirar de nuevo al fraile. En ese momento, una fuerte ráfaga de aire levantó el hábito del fraile y el hombre casi se desmaya ante la horrible visión: ¡el fraile tenía patas de cabra!

Andrés salió a escape de allí y corrió hasta que ya no pudo más. Y cuando se atrevió a volver de nuevo la cabeza, el fraile había desaparecido…